La Importancia del vino a la hora de la muerte


Óleo sobre lienzo. Séneca después de abrirse la venas - Año 1871 - Dominguez Sanchez Manuel

En esta oportunidad me pareció interesante compartir con ustedes un poco de historia, si, historia del vino y explícitamente del vino blanco.

En los siglos XVI y XVII, el vino más tomado e importante no era el vino tinto, sino, el vino blanco, según los escritos detallados en el libro El Vino, su cultura, su mundo, su literatura, su vocabulario: España, siglos XVI-XVII” de Antonio Rey Hazas, publicado por Editorial Eneida, Primera Edición Marzo 2010. A continuación detallo una anécdota histórica, transmitida por los jesuitas en 1634, donde se percibe la importancia del vino cuando llega la hora definitiva de la vida, en ese caso un blanco de Castilla La Vieja, el  famosísimo de Alaejos.

Un condenado a muerte, intercambia unas palabras en ese trance con dos frailes carmelitas y un jesuita el cual relata la historia. Leamos:

    Llegó el dicho Pedro al pie de la horca […] y bajando de su jumento, dijo:
-         “ Señor, denme un poco de vino, para cobrar aliento para este paso”
    Trajéronle un buen jarro de vino tinto, tomolé, vio el vino tinto, de que no era amigo, y  dijo:
    ¡Jesús,  vino tinto; Jesús, quítenlo allá!”
    Y luego volviéndose a su crucifijo, y dijo:
-          ¡Cristo mío, ayúdame en este paso, ayudadme!
     A esta sazón salió el compañero del padre carmelita, y dijo:
-          Padre  fray Cirilo, reconcilie a este hombre, que dijo Jesús al vino tinto.
     Esto se oyó y dicen que añadió, por lo que sintió interiormente de impaciencia                                      contra el vino tinto.
     Trajeron un cuartillo del blanco de  Alaejos y, soplando la espuma, que dijo que                                   era malsana, se coló todo el cuartillo. Luego le subió [al Cadalso] el verdugo, y le                                 dijo:
-         “Sube, amigo Pedro, que has de predicar de aquí como un apóstol”
    Y dicen que cuando estuvo arriba comenzó a predicar, y antes de acabar el                                             sermón, expiró en un punto, arrojado de la horca por el verdugo.

Como hemos podido notar, el reo se despide así de su vida, bebiendo medio litro de vino blanco. Lo cual, nos hace pensar que el vino en aquella época era fundamental en la vida, y por qué no, al momento de la muerte, como lo demuestran estos escritos.  En aquella época era un alimento importante y se convirtió en un placer al que nadie podía renunciar.

Muy aparte de la tragedia, quisiera poner atención no en la importancia del vino a la hora de la muerte, sino en la prioridad del vino blanco en esa época. Hoy en nuestros días se nota que el vino tinto sería más importante, pero en la España del siglo XVI y XVII, pareciera que no lo era. Es más, me atrevo a decir y sin equivocarme que se considera en la actualidad al vino tinto como superior, lo cual a mi parecer está errado.


El triunfo de Baco - Año 1629 - Diego Rodríguez de Silva y Velázquez 


Los bebedores españoles de los siglos XVI y XVII al parecer preferían de lejos los vinos blancos, como los de San Martín, seguidos por los castellano-viejos de Coca, Alaejos, Madrigal y Medina. También se citan los blancos de Manchego de Ciudad Real y el gallego de Ribadavia, el blanco añejo extremeño de Guadalcanal, el sevillano blanco y generoso de Cazalla, como el Pedro Ximénez, el jerez y otros, todo ellos blancos. Todos ellos situados por los paladares españoles de la época muy por encima de los vinos tintos, tomados en algunas ocasiones.

Óleo sobre lienzo. Cena de campesinos- Año 1618 -Diego Rodríguez de Silva y Velázquez  

Nada era más bello y más preciado que el aroma del vino para un hombre de pueblo, en este caso de un vino blanco. Para confirmarlo, leamos unas  líneas de Lope de Vega, concretamente de Peribañez, que supongo se refieren a otros de los afamados de entonces, al blanco de Ocaña, su patria. Aunque, si no fuera él de esa  villa toledana dará igual, porque en cualquier caso sería una bellísima definición del vino blanco. El labrador más rico de Ocaña, Peribañez. Le dice, pues, a una amada Casilda:

Ni el vino blanco imagino
de cuarenta años tan fino
como tu boca olorosa,
que, como al señor la rosa,
le huele al villano el vino. 

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